Cuando oí por primera vez El Hijo de Dios en Radio3 pensé que escuchaba a otro grupo nacional más que abanderaba esa afición por lo grotesco y desquiciado, más en la línea de lo que pasaba en los 80 con bandas de estilo más duro. Nada más lejos de la realidad, creo que no es el tema que mejor habla de su primer álbum, ni mucho menos.
Las canciones llegan tarde, pero estan de nuestra parte. También las casualidades: elegir su concierto en el FIB en vez de cualquiera de las otras propuestas de la hora. Escuchar ese muro de guitarras a 50 metros e ir atraído como por una especie de canto de sirenas, y acabar extasiado a casi primera fila anonadado por el carácter y la fuerza que comunicaban a la gente. Tras el festival, el disco se ha convertido en uno de mis habituales.
Es una obra que habla de cabrones, cabronadas, de juegos, de sexo y de suicidas, con un sonido que va entre lo post-rock (Mil Espejos, al que estoy enganchado) y lo sucio, y me imagino que sería la banda sonora perfecta para un Tarantino nacional (Kamikaze). Sus textos transpiran personajes perturbados y rupturas sin ridiculeces (Ha Sido Divertido). De hecho, el álbum entero es una pequeña maravilla de ópera prima.
La banda empezó en 2001, de la que sólo queda Leopoldo Mateos como miembro original (voz y guitarra), y su primer álbum Sintética vió la luz en 2008. Llegan tarde, pero estan de nuestra parte, decían La Habitación Roja. Y la reseña también, pero creo que se la merecen.
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