Vivimos tiempos de sobrecarga de grupos con sonido épica orquestada, quizá por culpa/gracias al éxito conseguido con el tiempo por los canadienses Arcade Fire.
Lo que hay dentro de Hanna, aunque se pueda englobar dentro de esa etiqueta, poco tiene que ver con ellos, aunque pueda unirles ese toque un poquito oscurillo, pero aquí predomina un toque rupestre, quizás influido por vivir al pie de la montaña de Montserrat, como bien dicen ellos.
Hay en sus adentros canciones inmensas, de sonido nada habitual por estos lares, tales como esa nana a lo Fang que es la misteriosa Blue Eyed Tree a quienes también me recuerdan en la acústica The Black Hole; la creciente y mi preferida desde la primera escucha Boirina, que encantará a los fans de Mishima o La Brigada y que a medida que avanza se convierte en una road song fronteriza francamente adictiva; o la tristeza y melancolía suicida latente en La pols i el punyal.
Un disco completísimo que debería tenerse muy en cuenta, ya no por la crítica a la que tienen entregada (y no me extraña), sinó por el gran público.
A ver si hay suerte y la dignidad vence a la bazofia.
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